GUINNESS



Me perdonarán los sacerdotes de Alhambra,
el terrible pontífice de la cebada,
pero va la herejía, por más que me duela la lengua:
el negro se eleva entre dorados y en arpas.

Se preguntarán por qué,
tampoco lo sé, la verdad siempre se esconde:
la oscuridad es el misterio y todo lo abarca,
en sus profundidades se encuentra aquel nombre.
Quién sabe si Irlanda tenga conciencia de nada,
la amargura en sus notas me causa nostalgia
de un pasado querido y una fuga de guardas:
la noche siempre fue mi destino y mi casa.

Prueba verterla en un cristal puro,
busca sus albas y estrellas en el alto terciopelo del alma:
nada, nada ni un fragmento de luz a atravesarla,
fuerte, perfecta, sin grietas de horizonte o tormenta, 
todo calma.

Falta una perfecta mirada, la comunidad de la estancia,
una porción de los dedos pintados a la espalda
y el veredicto final del que erige la entrada:
ya sé cuál prefiere, 
sin duda antes que Alhambra,
cuando he intentado usurpar la tertulia,
siempre su fiereza me asalta:
deja, al final, después de la Alhambra.

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